En el ciclo "Cine y Derechos Sociales" del que se ha dado cuenta en este blog, se proyecta como primera película la de Sidney Pollack Danzad, danzad malditos. A contonuación se incluyen algunas reflexiones sobre este film.
CRISIS ECONÓMICA Y DESCOMPOSICIÓN SOCIAL
“DANZAD, DANZAD MALDITOS”, es el título en español del original inglés They shoot horses, don’t they? , que podría traducirse por “¿Acaso no se rematan los caballos?”. Es una de las primeras películas de Sidney Pollack, que adapta a la pantalla la novela del mismo título de Horace McCoy de 1935. Este autor, que había escrito numerosas novelas en revistas populares – pulp, término que engloba este género de ficción muy popular en las décadas del veinte y del treinta en USA – se inspiró para sus novelas en su propia biografía, que es la de un ciudadano americano en medio de la Gran depresión. Poco apreciado en su país, McCoy fue sin embargo muy bien recibido en Francia, a través de las referencias de Sartre y de Simone de Beauvoir, que resaltaron en sus novelas – y en concreto la mencionada – la actitud existencialista de sus personajes.
Sidney Pollack, que tenía una formación teatral muy fuerte, adaptó la novela consiguiendo un film muy basado en el trabajo impecable de un grupo de actores muy notables. Desarrolla una narración encerrada en el espacio claustrofóbico del salón del baile y las dependencias de éste donde se produce la “maratón” y en donde pululan los personajes desolados de la historia. La escritura cinematográfica de Pollack es muy clásica y efectiva, y se apoya siempre en la interpretación de actores sobresalientes. En este caso, cuenta con el protagonismo de Jane Fonda – un icono del progresismo en la época – y Michel Sarrazin, y el concurso de secundarios decisivos como Susannah York , Gig Young – el impresionante maestro de ceremonias - y Red Buttoms, el marinero , entre otros, configurando un film coral de interpretaciones inolvidables basados en diálogos y situaciones muy teatrales. No en vano los adaptadores de la novela se habían especializado en las versiones cinematográficas de las obras de teatro de Tenesee Williams (La gata en el tejado de Zinc caliente).
Se trata posiblemente de uno de los mejores trabajos de Pollack, una obra seria y comprometida que puede realizarse tras la desaparición de la censura previa en el cine norteamericano por el tristemente célebre Código Hays, y que pone nombre a una nueva generación de cineastas tras la llamada “generación perdida” de los años 50, entre los que destaca Pollack, pero también Arthur Penn, Dennis Hooper y John Schlesinger, que entre 1966 y 1969 llevan a la pantalla un cine de autor que critica el “Sueño americano” que había sido construido como forma de vida propia y victoriosa – la vida de los “ganadores”. La crítica y el desencanto está muy ligada a la emergencia de la lucha racial, el pacifismo y la constatación de la desigualdad y marginación que el “modo de vida americano” estaba produciendo por doquier en el interior del país. Esta generación de cineastas reivindican la figura de los “perdedores” y de los excluidos de un horizonte de consumo y de cosificación de amplios estratos de las llamadas “clases medias”.
En el caso de “Danzad, danzad, malditos”, el contexto del que se parte es el de la crisis económica que ha originado la Gran Depresión. El film se desarrolla en 1932, en la costa oeste americana, en algún lugar de la costa del Pacífico de California cerca de Los Ángeles y de Hollywood, que ha constituido para tantos la posibilidad de encontrar trabajo. La situación de miseria y de necesidad de gran parte de la población genera situaciones de miseria moral y de explotación más allá de la que se deriva de la utilización de la fuerza de trabajo en los procesos productivos. De forma anticipatoria, en el film de Pollack, el eje del argumento consiste en la exposición de los cuerpos y de su cansancio a las miradas de un público que paga por asistir al espectáculo de la extenuación total – hasta la muerte – de quienes participan en el mismo como víctimas y simultáneamente protagonistas de su degradación. Conducido de forma brillante por un maestro de ceremonias, más próximo a un espectáculo circense que a un juego deportivo, las personas que se inscriben en el maratón de baile – con descanso de diez minutos cada dos horas de baile ininterrumpido – lo hacen no sólo por conseguir la recompensa anhelada y naturalmente nunca lograda de 1.000 dólares, sino por tener comida y un lugar donde dormir al abrigo mientras dura el espectáculo. La descripción de los mecanismos de explotación de esos cuerpos y de exhibición de su envilecimiento ocupa un amplio espacio en el film, con momentos cumbres como el segundo “derby” en el que los participantes emprenden una veloz carrera circular por la pista que pone a prueba sus ya débiles resistencias físicas. El espectáculo de la miseria humana es visto por otras personas en todo semejantes a los que están dentro de la pista de baile, es expresión del aburrimiento y del hastío de una época que no proporciona ningún horizonte colectivo. La mirada del director es muy nítida en este tema. El sufrimiento se organiza como negocio y los clientes de este espectáculo pagan y sostienen una organización de la diversión que consiste en ver el desmoronamiento humano de los bailarines. Es en ese sentido en que la retórica circense del maestro de ceremonias conecta con una imagen muy poderosa. Los participantes en la maratón son reducidos a la condición de animales, pierden su naturaleza humana como seres con un proyecto vital determinado. Por eso carece de sentido vivir, y la protagonista no comprende por qué hay que obstinase en una vida que no ofrece motivo alguno para participar en ella. Es más coherente quitarse la vida ante un presente y un futuro de sufrimiento sin esperanza. A fin de cuentas, cuando un caballo se rompe una pierna y sufre, es más piadoso rematarlo.
El film se sitúa además desde la perspectiva crítica de lo que acompaña al nuevo modo de vida triunfante tras la crisis económica que ha expulsado del campo a la ciudad a cientos de miles de personas que vagan desarraigados e inadaptados sin trabajo ni capacidad de renta por el territorio de los USA. Competitividad e individualismo, intolerancia y hostilidad a cualquier expresión de solidaridad o de fraternidad, son los valores que comparten todos, y especialmente las clases subalternas. La crisis doblega por tanto las personalidades, corroe el carácter y ofrece sólo una salida a quienes no se adapten a esta situación de humillación y de postración. Ésta consiste en la eliminación de los sujetos “excedentes” , que simbólicamente se produce en el film a través de la muerte de Gloria a manos de Robert y la posterior intervención del aparato de justicia que condenará a muerte al asesino.
Es un film por tanto pesimista y amargo, pero de mayor actualidad de la que su ambientación de época permitiría suponer. Y que en consecuencia enlaza bien con una reflexión sobre las consecuencias de la crisis en términos no sólo de degradación del bienestar social o de las condiciones de existencia de amplias capas de la población, sino de su traducción en términos de ciudadanía. La desaparición de esa condición ciudadana como sinónimo de una posición de dignidad y de goce de derechos es posiblemente el elemento más llamativo del relato cinematográfico. La violencia ambiental y específica que se ejerce sobre las personas como “ambiente” y como destino personal, es decir como parte integrante de una normalidad social que desfigura y cosifica la personalidad, al arrancarle cualquier posibilidad de proyecto colectivo e individual que no sea su propia y progresiva aniquilación. No hay por tanto referentes colectivos o espacios públicos en esta narración de las vidas individuales de unos “perdedores” sociales. No hay trabajo ni se da el contexto organizativo derivado de la producción que acompaña a la actividad laboral, pero sí explotación. Es una pura condición subjetiva, aislada en sus distintas peripecias personales, expuesta al espectáculo mercantil de la demolición de los cuerpos expuestos a la contemplación sádica del público consumidor de tal exhibición.
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