Dicen algunos amigos que entre el techo constitucional al déficit público y las medidas de política de empleo que apuestan por la temporalidad, las vacaciones se les han ido a pique. El veraneante titular del blog sin embargo ha adoptado desde hace tiempo como máxima de conducta que nadie, y especialmente el gobierno, puede fastidiarle las vacaciones. Lo que no impide que tenga pensamientos oscuros o que se deje llevar a veces, como se verá a continuación, por una cierta deriva melancólica, originada en gran parte por las lecturas del tiempo de ocio.
Después de aquel febrero del 2010 en el que descubrimos que la economía de Grecia se hundía porque ya no tenía crédito en los mercados, y las autoridades europeas decidieron reconducir la situación mediante aportes millonarios otorgados a cambio de enormes sacrificios de la población, de la ablación de derechos laborales y sociales, del sufrimiento general como contraprestación contractual al “rescate” de una nación de sus dirigentes y de sus financieros que la habían conducido a la bancarrota, no se supo más que las heroicas reacciones de los trabajadores y de los ciudadanos, la convocatoria de huelgas generales en cadena, el apoyo moral del sindicalismo europeo instalando su congreso en Atenas, las nuevas condiciones sucesivas de los sucesivos rescates económicos. Pero paulatinamente Grecia volvió a su condición invisible, un país válido como destino turístico que es incapaz de generar una noticia mundial salvo que sea objeto del descrédito de los mercados financieros y su prima de riesgo se eleve hasta las alturas siderales. Fue desplazada por las sucesivas crisis de las deudas soberanas de otros países de la periferia europea, España, Irlanda, Portugal. Ahora por último a estos países se ha unido un grande, Italia, razón de más para olvidar a Grecia.
Y sin embargo en Grecia se están aplicando las recetas que el BCE y la Comisión europea, avaladas e impulsadas por el dúo Merkel-Sarkozy han exigido como contraprestación a fortalecer la moneda única, la degradación de los derechos, la debilitación de lo público, la privatización de los servicios de interés general, la reducción de la protección social. ¿Qué efectos está teniendo? ¿Cuál es el resultado de esas políticas en términos de coste social, de degradación de esperanzas, de pérdida de confianza en un proyecto democrático colectivo?. Nunca lo sabremos. Al retornar el otoño es posible que vuelvan a reproducirse algunas líneas de los periódicos sobre la existencia de resistencias colectivas en Grecia a una imposición violenta de condiciones de existencia precarias que degradan el nivel civilizatorio de lo que se llamaba un modelo social europeo, compartido por todos los países de Europa y hoy confiado al albur de la especulación financiera a recortes ininterrumpidos, y a la creación de zonas extensísimas de exclusión social. Pero nadie contará cómo se vive en Grecia, cuales son las constantes sociales de un país saqueado por el capital especulativo.
Los poetas son los únicos que son capaces de comprender el futuro y de dar otro sentido a lo que existe. Se comprende fácilmente leyendo un poema de Gabriel Celaya publicado en “Los espejos transparentes” (Losada, 1977) de título profético: “Trágica Atenas”. El poeta es elocuente:
Todo era incomprensible. Todo azul y terror/ ¿Qué saben los poetas? ¿Qué sabe el pobre pueblo / que vive de aceitunas, de pan, y vino, y temor? (…)/ Las ciudades cuadradas están llenas de moscas/ los mármoles manchados de estiércol y recuerdos / los héroes insepultos, el horror coronado / y la furia perdida de ser algo es no ser/. En Grecia un dios es dios porque ya nada espera.
Después de aquel febrero del 2010 en el que descubrimos que la economía de Grecia se hundía porque ya no tenía crédito en los mercados, y las autoridades europeas decidieron reconducir la situación mediante aportes millonarios otorgados a cambio de enormes sacrificios de la población, de la ablación de derechos laborales y sociales, del sufrimiento general como contraprestación contractual al “rescate” de una nación de sus dirigentes y de sus financieros que la habían conducido a la bancarrota, no se supo más que las heroicas reacciones de los trabajadores y de los ciudadanos, la convocatoria de huelgas generales en cadena, el apoyo moral del sindicalismo europeo instalando su congreso en Atenas, las nuevas condiciones sucesivas de los sucesivos rescates económicos. Pero paulatinamente Grecia volvió a su condición invisible, un país válido como destino turístico que es incapaz de generar una noticia mundial salvo que sea objeto del descrédito de los mercados financieros y su prima de riesgo se eleve hasta las alturas siderales. Fue desplazada por las sucesivas crisis de las deudas soberanas de otros países de la periferia europea, España, Irlanda, Portugal. Ahora por último a estos países se ha unido un grande, Italia, razón de más para olvidar a Grecia.
Y sin embargo en Grecia se están aplicando las recetas que el BCE y la Comisión europea, avaladas e impulsadas por el dúo Merkel-Sarkozy han exigido como contraprestación a fortalecer la moneda única, la degradación de los derechos, la debilitación de lo público, la privatización de los servicios de interés general, la reducción de la protección social. ¿Qué efectos está teniendo? ¿Cuál es el resultado de esas políticas en términos de coste social, de degradación de esperanzas, de pérdida de confianza en un proyecto democrático colectivo?. Nunca lo sabremos. Al retornar el otoño es posible que vuelvan a reproducirse algunas líneas de los periódicos sobre la existencia de resistencias colectivas en Grecia a una imposición violenta de condiciones de existencia precarias que degradan el nivel civilizatorio de lo que se llamaba un modelo social europeo, compartido por todos los países de Europa y hoy confiado al albur de la especulación financiera a recortes ininterrumpidos, y a la creación de zonas extensísimas de exclusión social. Pero nadie contará cómo se vive en Grecia, cuales son las constantes sociales de un país saqueado por el capital especulativo.
Los poetas son los únicos que son capaces de comprender el futuro y de dar otro sentido a lo que existe. Se comprende fácilmente leyendo un poema de Gabriel Celaya publicado en “Los espejos transparentes” (Losada, 1977) de título profético: “Trágica Atenas”. El poeta es elocuente:
Todo era incomprensible. Todo azul y terror/ ¿Qué saben los poetas? ¿Qué sabe el pobre pueblo / que vive de aceitunas, de pan, y vino, y temor? (…)/ Las ciudades cuadradas están llenas de moscas/ los mármoles manchados de estiércol y recuerdos / los héroes insepultos, el horror coronado / y la furia perdida de ser algo es no ser/. En Grecia un dios es dios porque ya nada espera.
No esperar nada. Grecia podría ser nuestro futuro imperfecto.
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