Algunas reflexiones de Manolo Vázquez Montalbán en uno de sus libros menos conocidos, El escriba sentado (1997), que el Diario Público ha rescatado y distribuido este verano, y en el que el siempre lúcido MVM publica sus críticas, reseñas y ensayos literarios realizados durante mas de 30 años. En el texto que aquí se reproduce en parte, Vazquez Montalbán describe con tremenda brillantez la "connotación" del intelectual como escriba sentado y luego de pié, el escriba disidente que encuentra en el siglo XX su papel situándose ante el inevitable papel de sujeto histórico revolucionario que tenía la clase obrera. El blog amigo de Joaquín Aparicio se abre con esa figura del escriba sentado. Estas reflexiones acompañan aquella imagen.
"Aunque la connotación del escriba disidente sea reciente, más o menos fijada durante la Ilustración prerrevolucionaria, la historia ha ofrecido un continuado espectáculo entre escribas sentados y no sentados, entre ese intelectual mero reproductor o avalador directo o indirecto de la ideología dominante y su contrario, el especialista de la liberación al que se ha referido Marcuse (...) Un nuevo cliente histórico legitimaba la función del escriba disidente, un cliente culturalmente desvalido, domesticado por las palabras de los escribas sentados al servicio del poder económico, político y religioso, y cuando las palabras no eran suficientes, cuando los escribas se mostraban impotentes para grantizar la integración de las masas proletarias en el sistema, entonces sobraban las palabras y entraban en función los sables y las descargas de fusilería (...)
Con todo, la historia de este debate es la de variados y escandalosos cansancios. La propia vanguardia obrera desconfía de estos avaladores de la verdad y de la mentira que han estado casi siempre al servicio de la paralización histórica y la desconfianza se agudiza cuando las ideas de cambio socialista se materializan en la revolución soviética y obligan a una toma de posición, a un compromiso para el que la mayor parte no estaban preparados, prefiriendo entonces un paso atrás en busca de los cuarteles más porfesionales o instalarse en el sí pero no o en el no pero sí. (...) Antonio Gramsci le dió vueltas al asunto en la necesidad de enriquecer el frente revolucionario de la clase obrera con el saber y querer decir de intelectuales desclasados que asumieran la revolución como un hecho de conciencia (...) Para Gramsci era necesario reclutar a especialistas de la cultura que en la vinculación orgánica establecida dentro del partido de clase, modificarían y serían modificados, hasta configurar un poderoso intelectual orgánico colectivo: el partido, capaz de saber, programar y cambiar en mejores condiciones que el frente intelectual de la burguesía (...)
La evidente obsolescencia de los intelectuales como causa sine qua non del cambio histórico, ha embarazado la decisión del gesto del escriba. Los hay que nunca se han levantado y se han limitado, en ocasiones, a un simple cambio de matriz mental para seguir reproduciendo lo que decía el poder, qué poder no importa. Los hay que permanecen en pié pero, irritados por pasadas ingenuidades históricas que les llevaron a adorar falsos dioses de la revolución, se limitan a dar un giro sobre sus piés y despotrican contra los falsos dioses de antaño, avalando directa o indirectamente a los dioses de la reacción, con el pretexto de propiciar un liberalismo abstracto, ese liberalismo que como teoría y como práctica hace tiempo ya que tiene dueño. El escriba sentado de siempre, el escriba revolucionario arrepentido y vengativo, el escriba posibilista, se unen en la comun voluntad de negar la radicalidad como disposición y como procedimiento. Es posible que el bien no exista, pero el mal sí, y el paisaje histórico aprehendido por los escribas del socialismo histórico, fueran utópicos o científicos, sigue siendo nuestro paisaje, aunque las metamorfosis hayan puesto en cuestión cualquier intento de inmovilizar la historia mediante el simple ejercicio de la mirada, es decir, de la palabra".
"Aunque la connotación del escriba disidente sea reciente, más o menos fijada durante la Ilustración prerrevolucionaria, la historia ha ofrecido un continuado espectáculo entre escribas sentados y no sentados, entre ese intelectual mero reproductor o avalador directo o indirecto de la ideología dominante y su contrario, el especialista de la liberación al que se ha referido Marcuse (...) Un nuevo cliente histórico legitimaba la función del escriba disidente, un cliente culturalmente desvalido, domesticado por las palabras de los escribas sentados al servicio del poder económico, político y religioso, y cuando las palabras no eran suficientes, cuando los escribas se mostraban impotentes para grantizar la integración de las masas proletarias en el sistema, entonces sobraban las palabras y entraban en función los sables y las descargas de fusilería (...)
Con todo, la historia de este debate es la de variados y escandalosos cansancios. La propia vanguardia obrera desconfía de estos avaladores de la verdad y de la mentira que han estado casi siempre al servicio de la paralización histórica y la desconfianza se agudiza cuando las ideas de cambio socialista se materializan en la revolución soviética y obligan a una toma de posición, a un compromiso para el que la mayor parte no estaban preparados, prefiriendo entonces un paso atrás en busca de los cuarteles más porfesionales o instalarse en el sí pero no o en el no pero sí. (...) Antonio Gramsci le dió vueltas al asunto en la necesidad de enriquecer el frente revolucionario de la clase obrera con el saber y querer decir de intelectuales desclasados que asumieran la revolución como un hecho de conciencia (...) Para Gramsci era necesario reclutar a especialistas de la cultura que en la vinculación orgánica establecida dentro del partido de clase, modificarían y serían modificados, hasta configurar un poderoso intelectual orgánico colectivo: el partido, capaz de saber, programar y cambiar en mejores condiciones que el frente intelectual de la burguesía (...)
La evidente obsolescencia de los intelectuales como causa sine qua non del cambio histórico, ha embarazado la decisión del gesto del escriba. Los hay que nunca se han levantado y se han limitado, en ocasiones, a un simple cambio de matriz mental para seguir reproduciendo lo que decía el poder, qué poder no importa. Los hay que permanecen en pié pero, irritados por pasadas ingenuidades históricas que les llevaron a adorar falsos dioses de la revolución, se limitan a dar un giro sobre sus piés y despotrican contra los falsos dioses de antaño, avalando directa o indirectamente a los dioses de la reacción, con el pretexto de propiciar un liberalismo abstracto, ese liberalismo que como teoría y como práctica hace tiempo ya que tiene dueño. El escriba sentado de siempre, el escriba revolucionario arrepentido y vengativo, el escriba posibilista, se unen en la comun voluntad de negar la radicalidad como disposición y como procedimiento. Es posible que el bien no exista, pero el mal sí, y el paisaje histórico aprehendido por los escribas del socialismo histórico, fueran utópicos o científicos, sigue siendo nuestro paisaje, aunque las metamorfosis hayan puesto en cuestión cualquier intento de inmovilizar la historia mediante el simple ejercicio de la mirada, es decir, de la palabra".
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