domingo, 7 de febrero de 2010

LA CRISIS Y EL LARGO SILENCIO DE LA IZQUIERDA


En la revista digital Eguaglianza & Libertà, su director, Antonio Lettieri - en la foto al lado de Bruno Trentin en los lejanos años setenta - acaba de publicar un interesante artículo que el blog amigo Metiendo Bulla ha traducido y publicado. Nosotros nos arpopiamos de este texto y lo damos a conocer en esta región de la blogosfera.



Antonio Lettieri

Ha pasado un poco más de un año de cuando el mundo fue zarandeado por la que se definió como la crisis más grave tras la Gran depresión de los años treinta. La crisis, de manera no diversa, de la de 1929 nació del estallido de la banca. Pero, en esta ocasión, estaba claro que en su origen estaba –además de la especulación financiera, la explosión de los desequilibrios sociales que se acumularon en los últimos decenios. Con la congelación de los salarios y la expropiación de los beneficios de la productividad por alrededor del 20% de la población más rica, la economía americana creció con el endeudamiento de las familias. Y la banca encontró el modo de realizar una colosal especulación sobre las hipotecas adoptando los más sofisticados instrumentos de las nuevas finanzas. Pero, a pesar de su responsabilidad en la crisis, se abrió camino la idea de que ante todo era necesario salvar los bancos para evitar una nueva Gran depresión. “Demasiado grandes para dejarlos caer”: este fue el principio rector de todos los gobiernos occidentales. Se pensó después en poner en movimiento la economía real para frenar el desempleo que, mientras tanto, crecía a simple vista.


A poco más de un año de distacia, podemos decir que la operación de salvamento de la banca ha salido adelante. Incluso obtienen grades beneficios y distibuyen bonus como lo hacían en pleno boom de la economía, creando un cierto embarazo incluso en las élites del capitalismo global que se reune anualmente en las nieves de Davos. ¿Cómo ha podido ocurrir? Muy simple. Los gobiernos occidentales han puesto a su disposición trillones de dólares con durísimas consecuencias para las finanzas públicas. Los efectos de la recesión, sumados al salvamento, no podían no hacer levitar el retroceso de las cuentas públicas. Los Estados Unidos presentaron un retroceso del presupuesto superior al 10 por ciento, el más alto registrado en tiempos de paz. En Gran Bretaña fue próximo al 13 por ciento del PIB. Grecia, Portugal y España están en una situación más o menos parecida a esas cifras. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Grecia es el caso ejemplar.


La Comisión Europa exige volver a los parámetros de Maastricht lo más rápidamente posible. Grecia, no teniendo otra salida –si no es la salida del euro con los riesgos que comporta— se esfuerza en contraer la caída del 13 a 2 por ciento en el año 2012. Para conseguirlo deberá reducir el gasto público, aumentar los impuestos indirectos y privatizar una parte de las empresas públicas. La Comisión Europa y el Banco Central, finalmente, se han declarado satisfechas. Pero para un país en crisis es una cura de caballo, una enorme sangría. Los sindicatos se rebelan. Los mercados financieros aprecian la opción de “sangre y lágrimas”, pero no creen que el gobierno socialista consiga realizar el programa. Vuelve a surgir la especulación financiera y se extiende a Portugal y España. En substancia, la Comisión Europea y el Banco Central adoptan las mismas medidas estranguladoras que son típicas del Fondo Monetario Internaciona: las llamadas políticas de ajuste, tendentes a la reducción de los salarios reales, el gasto público y las inversiónes públicas. Pero Grecia es, solamente, la punta del iceberg de una política que es un impudoroso retorno al pasado. En el inicio de la crisis se dijo que el primer paso debía ser parar el derrumbe de las finanzas. El segundo paso sería la intervención en la economía real y el empeño por el empleo. Hoy se dice que el objetivo es frenar la caída de los presupuestos, cuyo origen –no lo olvidemos-- está en el origen de la recesión y en el salvamento de la banca. Lo que Paul Krugman llama la “budget hysteria” bloquea el segundo paso: la intervención para relanzar la economía y el empleo. Las políticas neoconservadoras vuelven a la carga. El Estado debe volver a las andadas. La reforma sanitaria en Norteamérica se ha reducido a un simulacro y peligra con evaporarse del todo. El desempleo frena el avance (y reciprocamente) pero permite el aumento de la productividad y de los beneficios junto a una comprensión de los salrios. No está dicho que esta línea pase dado que las consecuencias sociales de la crisis se arrastrarán durante largo tiempo. La crisis del 29 tuvo altibajos durante una década. Pero fue la era del New Deal lo que puso las bases de una revolución cultural y social que proyectó sus efectos en los decenios sucesivos.


¿Podemos esperar un nuevo “New Deal” tras la crisis más grave –así se la ha considerado unánimemente-- de los últimos ochenta años? Sería una esperanza exagerada. Aquella fue la época de Franklin Roosveelt, John M. Keynes y Lord Beveridge. De diverso modo todos ellos estaban convencidos de que el viejo modelo liberal se demostró fracasado y que al Estado le correspondía un nuevo papel para garantizar el crecimiento, el pleno empleo y un nuevo equilibrio social. No eran ni anticapitalistas ni marxistas. Eran la expresión de una visión del mundo y de una práctica política que, no sin esfuerzo, podemos definir progresistas o de izquierdas.


Hoy la crisis se consuma en la opacidad del debate cultural y político. O, para ser más preciso, el debate se desarrolla en América en la minoría democrática que se sitúa a la izquierda de Obama. En Europa emerge, sin embargo, más o menos confusamente en el interior de las filas del gobierno de centroderecha, como lo demuestra el enfrentamiento entre Angela Merkel y sus partners liberales sobre los temas sociales y fiscales. Pero es un debate que dificilmente aflora en los grandes partidos de la izquierda o centroizquierda, estén en el gobierno o en la oposición. Callan o se mueven al margen del gran estrago que la desregulación ha llevado al mundo del trabajo. La tutela del trabajo se considera una utopía del siglo XX. Se mira a los sindicatos con sospecha y se les considera responsbles del dualismo del mercado de trabajo. La intervención pública, tras la borrachera de las privatizaciones, se considera un retorno al pasado.


En esto, la crisis no de manera distinta a los años treinta, es el fracaso del modelo económico neoliberal. Esta cultura estaba profundamente insinuada en la izquierda, apenas enmascarada en la retórica de la “Tercera vía”. La crisis era la ocasión para un profundo reexamen cultural y político. Pero poco o nada se ha visto en esta dirección. Un largo silencio domina a los grandes partidos de la izquierda europea. El temor a salir de la ortodoxia ha prevalecido hasta ahora frente al deseo de indagar los orígenes de la crisis, el fracaso de las teorías neoconservadoras y la posibilidad de abrir nuevos caminos ideológicos y políticos.





Versión castellana de la Escuela de Traductores de Parapanda del original La crisi e il lungo silenzio della sinistra.

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