Francisco Fernández Buey ha fallecido en la tarde del 25 de agosto. Es una mala noticia para tod@s. Paco ha sido un referente fundamental para la crítica
política y teórica de este viejo y miserable mundo capitalista. A continuación, se recupera un artículo, publicado por La Insignia hace diez años. Habla de la barbarie del capitalismo y del imperialismo. En un día tan triste, leer a Paco Fernández Buey es un acto consciente para reivindicar su memoria y su ejemplo.
17 de enero del 2002
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Imperio
Francisco Fernández Buey
Primo
Levi, reflexionando sobre el Holocausto, escribió que la historia de la
barbarie es como un silogismo práctico. La premisa mayor de este silogismo
reza así: "Todo extranjero es enemigo". La conclusión del mismo no
es única: puede ser el genocidio o el etnocidio, la limpieza étnica o el
asimilacionismo, los campos de concentración o los campos de destrucción de
otros pueblos, de otras culturas. Por desgracia, la aceptación de la premisa
mayor de este silogismo es casi siempre inconsciente para la mayoría de los
humanos. Pero siempre que en la historia de la humanidad esta premisa mayor
se ha convertido en dogma, mediante la afirmación autoexcluyente de la propia
cultura, que se considera a sí misma superior, el resultado ha sido la
planificación de la propia barbarie: el holocausto, el quemar todo lo otro,
la implantación del infierno sobre la tierra. En el transfondo del Holocausto
está la afirmación arrogante de la Kultur frente a la Zivilisation.
Lo
característico del capitalismo posmoderno en la época del Imperio único es
que se presenta a sí mismo como vencedor de las fuerzas que causaron el
último gran holacausto del siglo XX, pero al mismo tiempo, al afirmar la
superioridad de la propia cultura mercantil, quema todo aquello que considera
antagonista o enemigo, crea otros holocaustos y los presenta ante la propia
opinión pública como necesarios, como respuesta supuestamente "civilizada"
ante el riesgo de que aparezca en el horizonte un nuevo Hitler. Avisa de que
viene El Lobo y, mientras tanto, convierte en lobos a los paisanos. La
paradoja de los nuevos holocaustos es que éstos se presentan como una
retorsión del principal Holocausto del siglo XX: el capitalismo posmoderno
dice querer hacer modernos a todos los demás, induce en las otras culturas
nuevas necesidades y, cuando llega a la conclusión de que estas nuevas
necesidades inducidas no pueden ser satisfechas más allá del mundo de los
ricos, quema y destruye las tradiciones y culturas que no se adaptan a los
designios del Imperio.
Este
quemar todo lo otro tiene ahora, en el cambio de siglo y de milenio, dos
aspectos: material uno y simbólico el otro.
Materialmente,
el Imperio quema todo lo que considera antagónico mediante las guerras.
Identifica reiterativamente lo antagónico con el espectro de Hitler y a
continuación bombardea todo tipo de instalaciones civiles de aquello que
llama "enemigo". Así en Bagdad, en Belgrado o en Kabul. En estos
bombardeos han muerto desde 1991 cientos de miles de personas inocentes, un
número muchísimo mayor que el de los muertos inocentes causados por los
distintos tipos de terrorismo marginal. La ideología imperial se escandaliza
ante los actos bárbaros de los otros y pone sordina a las consecuencias de su
propia barbarie siempre impulsada por la enorme superioridad tecnológica y
militar de los Estados Unidos de Norteamérica, de los gobiernos que dicen
amen a todo lo que manda el gendarme imperial y de los gobiernos que utilizan
la sumisión al Imperio para recomponer sus propios sueños imperiales
frustrados.
Simbólicamente,
el Imperio quema, destruye o confisca algunas de las mejores piezas de las
culturas que considera antagónicas. Se escandaliza con razón cuando los otros
destruyen parte del patrimonio artístico-cultural, pero al mismo tiempo, en
su centro, quema y destruye indiscriminadamente cada año muchos más libros
que los que quemó y destruyó la Inquisición a lo largo de la historia. Y lo
hace por razones exclusivamente mercantiles: para liquidar stocks, ahorrar en
almacenes y limitar la competencia editorial. El capitalismo imperial
posmoderno exige que toda la humanidad se cosifique en las gélidas aguas del
cálculo egoísta.
Las
instituciones monetarias del Imperio quieren que todos los pueblos del
planeta vivan en las gélidas aguas del cálculo egoísta. Desde Rusia a
Argentina recomiendan a los gobiernos de las provincias la religión de la
desregulación y cuando estos gobiernos han sacrificado a los pueblos en el
altar de la competición crematística los dejan caer en la desolación y en la
crisis aduciendo que no han sabido aplicar las reglas de sus recetas
neoliberales. Dolarizan el mundo y luego dicen que el mundo no está preparado
para la dolarización. Liquidan estados y luego dicen que el estado-nación
está en crisis. Exigen seguridad para que haya inversiones y cuando han
liquidado las industrias incipientes en las provincias ofrecen medidas y
técnicas policíacas para garantizar los beneficios de las empresas
transnacionales, que son, en realidad, nacional-imperiales.
De ese
tipo de cinismo dijo Oscar Wilde: "Sabe el precio de cada cosa, pero no
sabe el valor de ninguna".
El Imperio
se mofa de las banderas de los otros aduciendo que pasaron ya los tiempos de
las banderas "provincianas" y a continuación exalta la propia
bandera en todas las actividades cotidianas y la impone a otros pueblos a
miles de quilómetros de su centro. El Imperio se cisca en la inteligencia
crítica y llama "inteligencia" al espionaje. Forma "luchadores
de la libertad" donde tiene intereses geoestratégicos y luego, cuando
quieren autodeterminarse, los llama terroristas. Se llena la boca con la
palabra "libertad" y en las provincias no reconoce otra que la
Quinta Libertad, el Séptimo de Caballería posmoderno. Hunde la enseñanza
pública universitaria donde lo hubo y luego dedica enormes recursos a la
compra de intelectuales de los cinco continentes, convierte sus obras en
mercancías cosmopolitas y les exige que renuncien a sus orígenes declarando
que ha llegado la guerra entre civilizaciones. Dedica importantas sumas a la
investigación de medicamentos para combatir las enfermedades de la
civilización y luego se lucra con ellos condenando a la muerte a los pobres
que no pueden pagarlas.
En las
provincias, la cultura imperial afirma su superioridad mofándose de las otras
culturas y humillándolas. El Imperio desprecia cuanto ignora: coloniza
culturas a las que trata de primitivas, invade los desiertos de África con
las naderías de la París-Dakar y silencia a los que allí quieren
autodeterminarse; arranca los velos medievales allí donde éstos cubren los
rostros de las mujeres pero a continuación prostituye todo aquello que no
entra en la división internacional del trabajo; denuncia la persistencia de
la vieja esclavitud pero a continuación crea nuevos esclavos y se beneficia
de la nueva esclavitud; impone la coca-cola en lugares en que falta agua o el
agua está contaminada; subasta con arrogancia, en Londres o Nueva York, las
mejores piezas de las culturas precolombinas.
La cultura
imperial se apropia de las medicinas tradicionales de los pueblos indígenas
de América, África y Asia y luego las patenta para vendérselas, a precios
desorbitados, a los descendientes de los que las crearon; deja sin espacio,
en nombre de la religión del petroleo, a los pueblos que han vivido en
armonía con la naturaleza durante siglos y dice que lo hace en nombre de la
conciencia ecológica planetaria; predica austeridad a los pobres en nombre
del desarrollo sostenible y luego se niega a firmar convenios internacionales
para la reducción de las principales emisiones contaminantes; destruye
agriculturas de siglos e impone cultivos cuyos beneficios van a parar a las
transnacionales de la agroindustria; obliga a emigrar a millones de personas
y luego niega la libertad de circulación a los que tienen que emigrar;
produce sociedades multiculturales y luego dice que el multiculturalismo es
un peligro para la civilización occidental; ficha, cataloga y controla a todo
bicho viviente, animal o racional, y luego lo mete en guetos y reservas.
Con motivo
de los atentados del 11 de septiembre del 2001 algunas personas sensibles,
pocas, se han preguntado en EE.UU y en Europa por qué hay hoy tanto odio en
el mundo contra la civilización que cree representar el Imperio. La respuesta
es tan sencilla como difícil de entender para el Padre Padrone que aún cree
que los siervos tienen que estarle agradecidos. La respuesta es: por la
extensión de la pobreza, del hambre, de las enfermedades y de la esclavitud;
por la destrucción de lenguas y culturas que un día fueron tan cultas (o más)
como la lengua y la civilización del Imperio; porque el capitalismo
posmoderno ha convertido el mundo en una plétora miserable y presenta esto,
contra la evidencia, como el mejor de los mundos posibles; porque los
desesperados están hartos de que les hayan matado a sus dioses y encima se
rían de ellos los que no creen en ninguno.
El odio no
justifica, obviamente, la barbarie de los otros (tan moderna y a veces tan
posmoderna, por cierto, como la del Imperio), pero explica la desesperación
que conduce a ella. El capitalismo imperial posmoderno exalta constantemente
la violencia en los medios de comunicación que domina, fomenta la Sociedad
del Rifle, practica la pena de muerte y luego interviene violentamente para
combatir la violencia que él mismo ha inducido. El capitalismo imperial
posmoderno llama fundamentalismo a la desesperación de los otros y oculta el
fundamentalismo propio. De ahí surgen varios holocaustos selectivos y una
nueva especie de macartismo global.
He aquí
otra vez el "poder desnudo" del que hablaba el viejo Einstein al
acabar la segunda guerra mundial. Un tipo de poder que a él le recordaba la
época del ascenso del nacional-socialismo en Alemania. Retorsión de lo que
hubo. Esta vez son los musulmanes y asimilados quienes más sufren. Pero
conviene recordar, con Levi, que ya en el infierno de Auschwitz se llamaba
"musulmanes" a los más desgraciados de entre los desgraciados del
campo de exterminio. ¿Una premonición? La última imagen de la dimensión que
ha alcanzado el "poder desnudo" ha sido el traslado forzoso de los
talibanes afganos desde Kabul a Guantánamo, cuerda de presos organizada con
los últimos adelantos tecnológicos que, sin embargo, trae a la memoria alguna
de las escenas del Espartaco de Kubrick. Todo un símbolo. Por lo que
significaba Kabul, en el corazón de las tinieblas, y por lo que significa
Guantánamo, territorio imperial en la isla de Cuba
.
Nuevamente
en el Imperio. Como dijo Walter Benjamin, no hay documento de cultura que no
lo sea al mismo tiempo de la barbarie.
¿Hay
alguien ahí?
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